Un milagro es una corrección. No crea, ni cambia realmente nada
en absoluto. Simplemente contempla la devastación y le recuerda a la mente que
lo que ve es falso. Corrige el error, mas no intenta ir más allá de la
percepción, ni exceder la función del perdón. Se mantiene, por lo tanto, dentro
de los límites del tiempo. No obstante, allana el camino para el retorno de la
intemporalidad y para el despertar del amor, pues el miedo no puede sino
desvanecerse ante el benevolente remedio que el milagro trae consigo.
En el milagro reside el don de la gracia, pues se da y se
recibe como uno. Y así, nos da un ejemplo de lo que es la ley de la verdad, que
el mundo no acata porque no la entiende. El milagro invierte la percepción que
antes estaba al revés, y de esa manera pone fin a las extrañas distorsiones que
ésta manifestaba. Ahora la percepción se ha vuelto receptiva a la verdad. Ahora
puede verse que el perdón está justificado.
El perdón es la morada de los milagros. Los ojos de Cristo
se los ofrecen a todos los que Él contempla con misericordia y con amor. La
percepción queda corregida ante Su vista, y aquello cuyo propósito era maldecir
tiene ahora el de bendecir. Cada azucena de perdón le ofrece al mundo el
silencioso milagro del amor. Y cada una de ellas se deposita ante la Palabra de
Dios, en el altar universal al Creador y a la creación, a la luz de la perfecta
pureza y de la dicha infinita.
Al principio el milagro se acepta mediante la fe, porque
pedirlo implica que la mente está ahora lista para concebir aquello que no
puede ver ni entender. No obstante, la fe convocará a sus testigos para
demostrar que aquello en lo que se basa realmente existe. Y así, el milagro
justificará tu fe en él, y probará que esa fe descansaba sobre un mundo más
real que el que antes veías: un mundo que ha sido redimido de lo que tú pensabas
que se encontraba allí.
Los milagros son como gotas de lluvia regeneradora que caen
del Cielo sobre un mundo árido y polvoriento, al cual criaturas hambrientas y
sedientas vienen a morir. Ahora tienen agua. Ahora el mundo está lleno de
verdor. Y brotan por doquier señales de vida para demostrar que lo que nace
jamás puede morir, pues lo que tiene vida es inmortal.
Un Curso en Milagros
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