No hay nada que lograr, nada que ganar, nada que
alcanzar. Mientras estés haciendo algo por alcanzar tu meta, eso será un
mecanismo de perpetuación del ego. Todo lo que desees alcanzar será un
ejercicio del ego...No tienes que comprender absolutamente nada. No es que sea
difícil, es muy simple... y entonces alli habrá paz en ti...
Quisiera dilucidar qué es la sencillez; y de allí quizá
podamos llegar al descubrimiento de la sensibilidad. Pensamos, al
parecer, que la sencillez es mera expresión externa, vida retirada; tener pocas
posesiones, andar de taparrabo, carecer de hogar, usar poca ropa, tener una
exigua cuenta bancaria. Eso, evidentemente, no es sencillez. Eso es mero
exhibicionismo.Y a mí me parece que la sencillez es esencial. Pero la sencillez
sólo puede surgir cuando empezamos a comprender el significado del conocimiento
propio. La sencillez no es mera adaptación a un modelo. Se requiere mucha
inteligencia para ser sencillo, y no simplemente, amoldarse a cierto dechado,
por meritorio que él sea en su aspecto externo. Por desgracia, casi todos
empezamos por ser sencillos en apariencia, en las cosas externas.
Es relativamente fácil tener pocas cosas y estar
satisfecho con ellas, contentarse con poco y hasta Compartir ese poco con los
demás. Pero una mera expresión externa de sencillez en las cosas, en las
posesiones, no implica por cierto sencillez en el fuero íntimo. Porque, tal
como el mundo es actualmente, se nos incita desde afuera, desde lo exterior, a
tener más y más cosas. La vida está haciéndose cada vez más compleja. Y, con el
fin de escapar a todo eso, tratamos de renunciar o de desprendernos de las
cosas; automóviles, casas, organizaciones, cines, y de las innumerables
circunstancias que desde lo externo ejercen presión sobre nosotros. Creemos que
seremos sencillos viviendo retirados. Muchos santos, muchos instructores, han
renunciado al mundo; y me parece que tal renunciación por parte de cualquiera
de nosotros no resuelve el problema.
La verdadera sencillez, la sencillez fundamental, sólo
puede originarse en el fuero íntimo; y de ahí proviene la expresión externa.
Cómo ser sencillos, es entonces nuestro problema; porque esa sencillez nos hace
más y más sensibles. Una mente sensible, un corazón sensible, son esenciales,
pues entonces uno es capaz de percepción rápida, de pronta recepción.
Es, pues, indudable, que sólo se puede ser interiormente
sencillo cuando uno comprende los innumerables impedimentos, apegos, temores,
que a uno lo tienen sujeto. Pero a la mayoría de nosotros nos gusta
estar sujetos a las personas, a las posesiones, a las ideas. Nos gusta ser
prisioneros. Interiormente somos prisioneros, aunque en lo externo parezcamos
muy sencillos.
Interiormente somos prisioneros de nuestros deseos, de
nuestros apetitos, de nuestros ideales, de innumerables móviles. Y la sencillez
no puede hallarse a menos que seamos interiormente libres.
Ella, por lo tanto, ha de empezar primero en lo
interno, no en lo exterior.
Hay, por cierto una extraordinaria libertad cuando uno
comprende todo el proceso del creer, cuando uno comprende por qué la mente se
apega a una creencia. Y, cuando uno se ve libre de creencias, hay sencillez.
Pero esa sencillez requiere inteligencia; y para ser inteligente hay que darse
cuenta de los propios impedimentos. Para darse cuenta hay que estar
constantemente en guardia, sin asentarse en determinada rutina, en determinado
tipo de acción o de pensamiento. Porque, después de todo, lo que uno es en su
interior influye sobre lo externo.
La sociedad, o cualquier forma de acción, es la
proyección de nosotros mismos; y, si no nos transformamos interiormente, la
mera legislación significa muy poco en lo externo; puede traer ciertas
reformas, ciertos reajustes, pero lo que uno es en su interior se sobrepone
siempre a lo externo. Si interiormente uno es codicioso, ambicioso, si persigue
ciertos ideales, esa complejidad íntima terminará por trastornar, por demoler
la sociedad externa, por cuidadosamente planeada que ella pueda estar.
Por eso, ciertamente, uno tiene que empezar por el
fuero íntimo, sin excluir ni rechazar lo externo.
No hay duda de que llegáis a lo interno al comprender lo
externo, al descubrir por qué el conflicto, la lucha, el dolor, existen en el
mundo exterior; y a medida que esto se investiga más y más, penetra uno
naturalmente en los estados psicológicos que producen los conflictos y miseria
externas. La expresión externa es mero indicio de nuestro estado
interior; mas para comprender ese estado íntimo, uno ha de enfocarlo a través
de lo externo. Eso es lo que casi todos hacemos. Y, al comprender lo interno
-no en forma exclusiva, ni rechazando lo externo, sino comprendiendo lo externo
y de ese modo llegando a lo interno- encontraremos que, al proseguir
investigando las íntimas complejidades de nuestro ser, nos hacemos cada vez más
sencillos y más libres.
Es esa sencillez interior la que resulta esencial. Porque
esa sencillez crea sensibilidad. Una mente que no es sensible, que no está
alerta, que carece de percepción, es incapaz de receptividad, de toda acción
creadora. Por eso es que dije que la conformidad, como medio de llegar a la
sencillez, realmente embota e insensibilizan la mente y el corazón.
Exteriormente podéis someteros y dar la impresión de
sencillez, como lo hacen muchas personas religiosas. Ellas practican diversas
disciplinas, ingresan a distintas organizaciones, meditan de una manera
especial, etc., todo lo cual les confiere una apariencia de sencillez. Pero tal
conformidad no contribuye a la sencillez.
Ninguna forma de compulsión puede jamás llevar a la
sencillez. Al contrario: cuanto más reprimís, cuanto más substituís,
cuanto más sublimáis, menos sencillez existe. Cuanto mejor comprendáis, empero,
el preciso de la sublimación, de la represión, de la substitución, mayor será
la posibilidad de sencillez.
Nuestros problemas sociales, ambientales, políticos,
religiosos, son tan complejos, que sólo podemos resolverlos siendo nosotros
sencillos, no volviéndonos extraordinariamente eruditos y sagaces.
J. Krishnamurti
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