domingo, 27 de octubre de 2013

LA FUERZA CURATIVA DE NUESTRO SER MAS PROFUNDO

El ser humano es parte integral de un cosmos inteligente.
El modo y manera de cómo piensa, siente y actúa resulta decisivo para su desarrollo, su complexión y su salud. Cuerpo, psique y mente forman una unidad. La enfermedad es, pues, más que los síntomas que nos molestan. Nos indica equilibrios internos que hemos perdido por estrés, emociones, miedos. Curar significa restaurar el orden y la armonía del ser humano entero, lo cual conlleva una curación de los síntomas. En toda persona existe una fuerza curativa innata en forma latente.
No es nuestra fuerza. Es una "fuerza originaria" que yace en nuestra profundidad. Quiere ser despertada. No sustituye a la medicina oficial, pero la completa.
 Me interesa presentaros una visión completamente nueva del mundo y del ser humano, del cuerpo, de la psique y de la conciencia y, como consecuencia, de una nueva postura en relación con la salud, la enfermedad, el sufrimiento, el morir y la muerte. Quisiera abriros los ojos a una perspectiva nueva sobre la enfermedad, la vida y el morir. Intentaré esbozar una comprensión diferente del ser humano y del mundo, que podría ocupar el lugar que ahora ocupan un antropocentrismo y un geocentrismo ingenuos. A menudo se trata de un brote de conocimiento que sacude nuestro concepto del mundo. Esto ha sido mi caso debido a mis experiencias personales en los caminos del zen y de la contemplación. En estos caminos se encuentran potencias curativas y equilibrantes. El ser humano se va viendo cada vez más como una totalidad.
Como sabemos hoy en día, los aspectos espirituales y psíquicos desempeñan un papel decisivo en la curación de las enfermedades.
El nuevo pensamiento científico proyecta una luz nueva sobre la salud y la enfermedad. También la medicina clásica va descubriendo poco a poco la unidad de mente y cuerpo y comprueba que cooperamos activamente en la enfermedad y la salud de nuestro cuerpo. Una enfermedad no es exclusivamente algo físico o mental. El conocimiento de la interacción de mente, psique y cuerpo lleva a un cambio de paradigma en la medicina y, con ello, a una nueva interpretación del cuerpo físico.
Nuestro cuerpo no es ninguna máquina inconsciente que se puede reparar quitando o reemplazando partes. No es ningún conglomerado de moléculas, sino más bien un conjunto de procesos, y éstos forman un cuerpo. Hace ya tiempo que se ha demostrado: podemos intervenir muy conscientemente en nuestro cuerpo y en nuestra psique, podemos influenciar nuestro cuerpo mediante nuevas comprensiones. Hay un campo entero, llamado psiconeuro- inmunología, que está investigando estas conexiones.
Se está estudiando la influencia de la mente y de los sentimientos sobre el sistema inmunológico. A fin de cuentas, la pregunta que se plantea es: ¿hasta qué punto influencian nuestra conciencia, nuestros pensamientos el cuerpo físico, y viceversa? Más claro aún: ¿Es posible que la conciencia se materialice?
Metapatología

Muchas personas, hoy día, dudan del sentido de la vida. Sufren de una neurosis noogénica, como la denomina Victor Frankl; es decir, una neurosis que se debe a causas existenciales y no psíquicas. Maslow lo denomina metapatología. La enfermedad verdadera está localizada mucho más profundamente que los síntomas. Se hace patente en la pregunta: ¿Por qué vivo? ¿Quién soy realmente? ¿Por qué esta desgracia? ¿Por qué precisamente me toca a mí?
 Si en épocas anteriores el ser humano preguntaba: ¿cómo encuentro a un Dios misericordioso?, hoy día pregunta: ¿por qué existo? No sabe por qué deambula durante unos cuantos decenios por este planeta, llamado Tierra, una especie que sabe reflexionar sobre sí misma desde hace unos pocos milenios.
Estas preguntas dan a conocer un anhelo que C.G. Jung atribuye al instinto de individuación.
 "Entre todos mis pacientes que han superado la mitad de la vida, o sea, mayores de treinta y cinco años, no hay ni uno solo cuyo problema final no sea el de la actitud religiosa. En última instancia, las personas enferman por haber perdido lo que las religiones vivas han dado a todos sus creyentes en todos los tiempos, y nadie queda realmente curado si no vuelve a alcanzar una actitud religiosa que, por supuesto, no tiene nada que ver con la pertenencia a una confesión determinada o a alguna Iglesia concreta" (Jung, Obras completas, tomo 11, Zurich, 1963, p. 362).
Percibir las necesidades espirituales básicas
 Si no se satisfacen las necesidades físicas básicas, el ser humano enferma. Si deja de comer, si carece de oxígeno y de agua, el ser humano muere. Pero, de la misma forma, enferma si no satisface las necesidades espirituales básicas. Lo trágico radica en el hecho de que la mayoría de las personas ni siquiera se da cuenta de estas necesidades espirituales básicas.
Cuando una persona tiene hambre, busca algo para comer. Sabe que, si no satisface esta necesidad básica, enfermará. Pero si no percibe su hambre, tampoco buscará comida. Contraerá una enfermedad carencial.
Si sigue sin ingerir alimentos, morirá. Muchas veces no nos damos ni cuenta de que estamos espiritualmente desnutridos y, debido a ello, carecemos de resistencia y fuerza para la vida real.
¿Qué hacer pues? Deberíamos buscar el contacto con nuestra naturaleza más profunda. De ahí vendrán las fuerzas que curan y regulan. Existe una energía por debajo de nuestros pensamientos y deseos. La denominamos nuestra naturaleza más profunda. Así que hay algo detrás de nuestra estructura personal, algo que utiliza esta estructura personal como un instrumento. Esta naturaleza más profunda toca, por así decir, ese instrumento.
Pero podrá tocarlo solamente si el instrumento está dispuesto a ello. Si está demasiado poseído de sí mismo como persona, queriendo tocar su propia melodía, lo que sonará será una melodía disonante. No hay ningún remedio más eficaz que nuestra naturaleza más profunda. No tenemos que buscarla, únicamente tenemos que quitar de enmedio las capas superpuestas para aprovecharnos de su potencia curativa. Para ello, el peregrino humano tiene que cultivar y relativizar su yo temporal.
La psicoterapia puede proponer ayuda. Pero únicamente cuando traspasemos las fronteras del yo por la vía purgativa (camino de purificación) caeremos en la cuenta de nuestros condicionantes y estaremos preparados para un profundo proceso de curación.
Felicidad o salvación
Enfermedad y salud son asuntos muy sutiles. La carencia de sentido nos enferma. En general, las personas buscan más bien la felicidad que la salvación. Lo que entienden las personas por felicidad y por salvación no es lo mismo. Aunque felicidad y salvación van, de alguna forma, de la mano, si buscamos asociaciones a estas palabras, nos encontramos con contenidos conceptuales bien diferentes. La gente se refiere a algo muy distinto cuando utiliza estos términos. La felicidad tiene que ver con vivencias agradables. Forman parte de ellas la comida, la casa, la satisfacción de las necesidades físicas, pero también sentirse aceptados, queridos, tener un estatus y seguridad.
Lo que no forma parte de la felicidad son el miedo, el sufrimiento, los conflictos, la soledad y la muerte. Salvación, sin embargo, se refiere a algo muy diferente. Si hablamos de salvación no pensamos simplemente en una vida feliz. Salvación significa más bien haber encontrado la respuesta definitiva al sentido de la vida.
Aunque los caminos de salvación son muy diferentes, todos tienen algo en común. Conducen a través de la confrontación, de la necesidad, el miedo, el morir y la muerte. De modo que salvación y felicidad pueden ser contradictorias en nuestra vida. El camino a la salvación no es una calle ancha. A menudo conduce a través de una puerta estrecha, por un sendero empinado, nos lleva a través de las profundidades del inconsciente; allí se nos confrontará con las personas, con el mundo, con el mal, con la muerte y con Dios.
La salvación surge del fuero interno
Parece ser que la curación del cuerpo es una consecuencia de la curación interior. El espacio de mayor sosiego y paz interior tienen un efecto curativo. ¿Dónde lo encontramos? Platón nos cuenta de Sócrates que habló con un joven sobre sus dolores de cabeza. Pone en boca de Sócrates: "El joven se quejó el otro día que siempre le dolía la cabeza cuando se levantaba por las mañanas".
¿Cuál es el remedio que Sócrates recomienda al joven? "Igual que no se debe hacer nada para curar los ojos sin la cabeza, ni la cabeza sin el cuerpo entero, tampoco el cuerpo sin curar el alma; ésa era precisamente la causa por la que los médicos de los griegos no estaban preparados para curar la mayoría de las enfermedades, por no tener en cuenta la totalidad a la que deberían dirigir sus cuidados, y al estar mal ésta, sería imposible que alguna parte estuviese bien. Porque todo, dijo, provenía del alma, lo malo y lo bueno" (Platón I).
Sócrates era de la opinión de que no se deben curar los síntomas de una enfermedad, sino a la persona entera. De ésta forman parte la psique y la mente y, sobre todo, ese ámbito de nuestra condición humana que denominamos transcendencia o, en la terminología tradicional, Dios. Todo se origina en el alma, opina Sócrates. Nuestro concepto existencial y del universo tiene que ver con la salud y la enfermedad mucho más de lo que nos imaginamos.
Sócrates aconseja al joven que padece de dolores de cabeza que tenga en cuenta la totalidad. De ella forma parte también lo que llamamos espiritualidad. Espiritualidad significa andar por el camino que conduce al ámbito transpersonal de la consciencia, al que se suele dirigir generalmente la religión pero, sobre todo, el esoterismo. Si se descuida la parte espiritual, se produce un desequilibro, igual que ocurre cuando se descuida el ámbito físico.
No solamente nuestro cuerpo resultará enfermo, sino la persona entera, aun cuando la enfermedad aparezca primero en el cuerpo.
La enfermedad no supone ningún fracaso. Hay quienes luchan contra su enfermedad porque la consideran un castigo. Creen incluso haberla merecido. Hay personas que desde su infancia equiparan el dolor con el castigo. La enfermedad nunca es castigo, lo que hace es conducir a la persona a una crisis.
El concepto "crisis" viene del griego y tiene, entre otros significados, los de separación, decisión y elección. La crisis puede convertirse en una crisis de decisión, un desafío para comenzar una nueva etapa de la vida. Las enfermedades nos llevan a situaciones límites. Se produce una inseguridad fundamental. La cuestión es saber si somos capaces de considerar la inseguridad como el punto de partida hacia algo nuevo. Inseguridad significa que no es posible determinar de antemano el final.
Si se le dice a una persona que le quedan sólo pocas semanas de vida, perderá todas sus defensas. Este fenómeno es bien conocido entre los llamados pueblos primitivos. Cuando el mago comunica a una persona que su conjuro le producirá la muerte, ésta muere. El cerebro y el sistema nervioso son tan sólo el "hardware" del ordenador humano, el "software" es la conciencia. El programador es el sí-mismo interior. El que entre en contacto con el programador interno, será capaz de cambiar el programa.
Enfermedad y espiritualidad
Hay personas que en el fondo no quieren ser curadas.
Una persona se queja de dolores permanentes de estómago. Ningún remedio le alivia. La causa se encuentra en el ámbito psíquico. "¡Si me curo, perderé mi subsidio de enfermedad!". Pero no resulta fácil curar este ámbito psíquico enfermo, porque hay en él una falta de confianza primaria en el sentido más profundo de la vida, que se encuentra en el ámbito transpersonal. Si el enfermo cae en la cuenta de que existe un sentido de la vida más amplio, los síntomas en los niveles inferiores desaparecerán. Cuando alcancemos el acceso a este sentido más profundo de la vida, nuestra opinión sobre la enfermedad cambiará. Dejaremos de luchar contra los síntomas y preguntaremos por sus causas.
Curaremos integrando la carencia. Tenemos que buscar, pues, los aspectos no integrados para integrarlos. La enfermedad nos conduce a lo que no vivimos, lo que hemos desplazado, lo que no queremos aceptar. Nos lleva a nuestra sombra. La enfermedad puede ser un intento de autocuración, porque puede salvaguardarnos de un colapso definitivo que se daría si nos cerramos al sentido de la vida que yace en lo más profundo de nosotros.
Energías curativas
¿Qué podemos hacer? ¿Cómo volver a encontrar la totalidad de nuestra condición de seres humanos? Este cuerpo que poseo se encuentra en constante interacción con mi naturaleza auténtica, con mi naturaleza más profunda.
En la meditación intentamos prestar atención a los impulsos que provienen de lo profundo de nuestro Ser, y se materializan. La meta es no bloquearlos. Durante la meditación el sistema nervioso central funciona de forma diferente de cuando estamos despiertos o soñando. La respiración se vuelve más lenta, reduciéndose a dos o tres inspiraciones por minuto en el caso de personas más avanzadas. La coherencia mental se incrementa y la forma de las ondas cerebrales se modifica.
 Meditación, contemplación y otros caminos espirituales intentan poner orden en nosotros. Nuestra mente caótica entra en una nueva coherencia gracias al sosiego. Pero el proceso no resulta fácil, porque el campo mental se ve constantemente modificado por los impulsos del yo.
Lo que importa en la meditación es estar decididos a permitirnos este sosiego en nuestra agitada vida cotidiana. Hay dos componentes indispensables para ello. Por un lado, el foco: observamos la respiración propia, repetimos una palabra, un mantra o un sonido, o realizamos una actividad muscular rítmica. Se trata de interrumpir el flujo de los pensamientos cotidianos y de "liberar" la cabeza. Por otro lado, una postura pasiva frente a los pensamientos que distraen o que invaden: por ejemplo, no preocuparse de si se hace correctamente o no, sino volver a dirigir la mente con suavidad al foco mental.
El camino más simple y menos costoso para alcanzar la relajación discurre a través de las siguientes etapas:
1. Escoja una palabra, un concepto o una oración que desee utilizar como foco, o simplemente concéntrese en su respiración.
2. Siéntese de forma tranquila en una postura cómoda.
3. Cierre los ojos o déjelos semiabiertos, sin fijarlos en nada concreto.
4. Relaje sus músculos.
 5. Respire lentamente y de forma natural, repitiendo su "palabra foco" en cada espiración.
6. Manténgase pasivamente, no se preocupe de si lo está haciendo bien. Si sus pensamientos "se van de paseo", vuelva a llevarlos al foco.
7. Siga con este procedimiento durante unos 10 a 20 minutos.
8. Vuelva a realizar este ejercicio una a dos veces al día.
Otra sugerencia más:
• Escuche a su cuerpo.
Cuando se presente algún dolor, sumérjase en él en vez de luchar contra él. El dolor se convierte en el objeto de la atención. Así que no apriete los dientes, relájese más bien en el interior del dolor. Trate el dolor de forma positiva y cariñosa. Estar atento no significa meramente darse cuenta de lo que ocurre en cada momento en nosotros y en nuestro entorno sino, además, aceptarse en cada instante tal como uno se está encontrando.
También forman parte de ello los sentimientos desagradables y difíciles como, por ejemplo, el miedo. Note cómo se siente el miedo dentro de usted. No desplace el miedo, pero tampoco debe identificarse con él. Esto no se logra en poco tiempo. Ha iniciado un sendero que dura toda la vida.
Si no lo abandona, el camino le transformará.
 DEL LIBRO
LA VIDA NO TERMINA NUNCA DE WILLIGIS JAGER



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