jueves, 20 de marzo de 2014

EL RETORNO AL CÍRCULO DE LA VIDA

Un corazón que sólo se expande muere. Un corazón que sólo se contrae muere. También lo muestra la respiración: los pulmones que sólo inhalan mueren. Y si sólo exhalan mueren. Así podríamos ir órgano por órgano, parte por parte de nuestra vida y encontraríamos el mismo diseño.
Dar cuando podemos. Pedir cuando necesitamos. Éste es el diseño. Nadie lo sabe todo. Nadie lo necesita todo. Todos somos una parte de un gran círculo. Si queremos encontrar el camino de la armonía, cada uno tiene que hacerse cargo de su lugar en el círculo.
Las culturas indígenas que no se perdieron, viven hace miles de años con la sabiduría del círculo. En un círculo todos estamos a la misma distancia del centro. Si tomamos al centro como la Esencia, el Gran  Espíritu, Dios, la fuerza creadora del Universo, la Energía Cósmica, etc., todos estamos a la misma distancia del más puro Amor Incondicional. Cada parte del círculo ve su perspectiva del centro y del resto del círculo. Todos los puntos de vista son complementarios e interdependientes. La energía fluye por toda la ronda y todos sus integrantes sienten la vibración que circula en ese momento. Algunos son más sensibles a esa energía. A esos seres los llamamos emergentes o portadores, porque ellos son los primeros por los que se manifiesta una situación que le pertenece a todo el círculo. Si el grupo se hace cargo de que todo lo que emerge del círculo forma parte de él, el portador no estará solo con su situación, sino que tendrá el acompañamiento de una familia para sanar y ser quien es. Así como con el correr del tiempo, el círculo descubrirá que hasta el menor detalle forma parte de lo que tiene para sanar, aceptar, incluir, despertar, vivir y transformar.
Los emergentes pueden traer dones o carencias. Ambos son un regalo para todo círculo despierto. Caminando estas situaciones y haciéndose cargo del lugar de cada uno, los integrantes se descubrirán a sí mismos.
Así como los colores del arco iris se reconocen frente al espejo que le da el agua, los humanos nos reconocemos a nosotros mismos frente al espejo que nos da el círculo de nuestras relaciones. Como ya vimos con anterioridad, ese espejo puede ser puro y cristalino o deformante y envenenado. Pero cuando formamos parte de un círculo, ya no solamente nos reconocemos en un reflejo, sino que tenemos varios espejos donde vernos y sobre todo, la contención de los integrantes del círculo para sanar cualquier situación. Todo lo que emerge del círculo forma parte de él. Cada integrante ve su pedazo de verdad desde su lugar. Y tiene que recorrer un sendero diferente para llegar hasta el centro. El sendero de cada uno es sagrado. Por eso el círculo es la figura elegida por los pueblos indígenas para replicar nuestra realidad, porque en un plano de dualidad, toda verdad tiene su contraria, también verdadera y las dos forman parte del círculo de la vida.
La historia de la Humanidad es una y otra vez la guerra entre los opuestos del círculo por demostrar cuál de las dos verdades es más verdad, sin poder aceptar que la fuerza de la creación, el Amor, están en ambas de igual manera. Por eso los ancianos nativos reconocían al consenso como la mejor expresión de la totalidad. Comprendían que si apoyaban a un solo punto de vista, negaban la verdad que existía en el otro extremo y tarde o temprano tendrían que reconocerla. Por eso no hacían votaciones sino que trabajaban en los encuentros y en las diferencias hasta encontrar la unanimidad. Sabían que la vida es un círculo. Damos lo que tenemos y recibimos lo que necesitamos.
Los integrantes del círculo comprendían que el pequeño Yo es muy limitado y a través de las experiencias y de la complementariedad de los puntos de vista, se encontraban con una inteligencia muchísimo más amplia, capaz de traducir de mejor manera a la vida, y cuidar a todos los lugares del círculo: la sabiduría del Nosotros.
La palabra Yo ni siquiera existía en la mayoría de las lenguas nativas, porque a la hora de definirse, sabían que la individualidad era sólo un punto, ya que ningún individuo puede existir sin un círculo que lo reciba, lo vea y le permita dar lo que tiene y recibir lo que necesita. Todo círculo se sostiene gracias a la fortaleza y a las debilidades de cada uno de sus integrantes. Esa comprensión de la existencia humana, esa profunda unión entre la individualidad y la totalidad, nos recuerda que nuestro destino siempre estará unido en el Nosotros.
Cuando estás sentado en un círculo, a la misma altura que tus pares, tu autoridad no viene de una jerarquía preestablecida, un título universitario o una clase social, sino que tus palabras llegan al corazón del resto de los integrantes y el resonar de tu eco en ellos te dará la autoridad o no.
Los círculos les confiaban responsabilidades a ciertos integrantes para que llevaran adelante tareas que toda la comunidad necesitaba. Pero esas facultades eran dadas y quitadas por el circulo, cuando éste lo acordara.
La sociedad occidental no se organiza como un círculo, se organiza como una gran pirámide al servicio del vértice superior.
Por medio de la experiencia, nuestra cultura está descubriendo una comprensión del círculo que los pueblos nativos manejan desde hace siglos: nuestro bienestar en la existencia, depende del bienestar del resto de los integrantes del círculo de la vida.
En el círculo de la vida estamos sentados todos los seres vivos y la realidad que conocemos como realidad tangible, es la suma del punto de vista de todos los seres que integran el círculo: las piedras, las plantas, los árboles, los insectos y los animales que nadan, se arrastran, caminan y vuelan. El agua, el aire, el viento, el fuego, los seres de la Tierra, los seres del “Cielo”, los seres visibles, los invisibles y los humanos.
Todos estamos sentados en un mismo círculo al amparo de la Madre Tierra y el Padre Cielo, que son los seres creados para velar y sostener la vida en este rincón del Universo.
Nosotros los humanos creemos que somos el centro del círculo. Estamos perdidos en el Yo. Eso es el egocentrismo. Los humanos teníamos que pasar por esta experiencia de separación y pérdida. El resto de los seres vivos siempre lo supieron.
La pregunta es: ¿decidiremos volver a nuestro lugar en el círculo de la vida a través del Amor o de la falta de Amor? ¿Estamos dispuestos a abandonar este lugar egocéntrico que ocupamos y que está convirtiendo a la Naturaleza en un desierto o vamos a aprender viviendo en un desierto?
Formamos parte de un círculo, de una familia planetaria, que nos ayudará a hacernos cargo de nuestro camino de vuelta a casa.
¿Nos animaremos a ser quienes somos?


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